jueves, 22 de septiembre de 2011

Lecciones de vida a las 4 AM


Con las nalgas hechas dos rebanadas de Pan Bimbo deambule por la estación de autobuses tratando de minimizar los últimos diez minutos de espera. Eran las 23:49 PM y me pareció razonable que los últimos diez minutos transcurrieran como segundos. No contaba caer víctima de mi desesperación así que comencé a enloquecer apenas volví a ver el reloj. Las cinco y pico horas esperando habían ocurrido como minutos, pero los últimos diez minutos se volvieron las diez mil putas horas. 

Finalmente, porque siempre se llega el momento exacto, aborde el autobús que no reflejaba la primera clase que indicaba el boleto. Igual podría bajarme a reclamar, pero preferí tragarme la indignación y continuar con mi viaje. Por fortuna había sacado mi vest por si tenía frio, un acierto a mi tan mala racha de errores técnicos y el cual disfrute hasta que empecé a morir de hipotermia. Resulta que el ADO Plus contaba con un sistema de aire acondicionado de la puta madre el cual congelaba hasta las ganas de vivir. Ni como levantarse a reclamar además seguía sintiendo el triunfalismo de haber sacado mi vest a tiempo. No sé si caí dormido o inconsciente de frio lo que se fue que llegamos a Playa del Carmen y lo que a continuación sucede es prácticamente lo que hace a las Ardillas seres entrañables. 

No siempre se aprenden cosas a las 4 de la madrugada y menos fuera de una estación de autobuses y con la mirada de cinco taxistas encima de ti. Quizá es algo que tenía aprendido pero por culpa de mi despiste me había hecho el pendejo que no sabía. Resulta que al llegar al final del trayecto recordé que no tenía la dirección del escondite de la Ardilla. Construí una fábula sobre el whereabouts de la amiga Ardilla que termino siendo una incógnita y por lo tanto un gran inconveniente para los taxistas que esperaban con ansias saber a dónde conducirme. Lo más irónico del caso es que la amiga Ardilla, mas victima que yo por sus despistes, solo sabía las contra esquinas donde se encontraba su escondite. Increíblemente ignoraba completamente el número del edificio y contestaba todas mis preguntas en relación a números en colores --amarillo, amarillo, amarillo --era el edificio y de esta respuesta jamas la saque. Después de una extensa negociación menciono un tal restaurante llamado El Sirenitas que estaba justo debajo del edificio donde vivía. Este último dato ayudo al taxista a encontrar el edificio a mano derecha con su mirada. Baje del taxi algo exasperado, liquide al buen hombre y éste cordialmente en vez de darme las gracias me dijo en inglés “good luck”.

Mire detenidamente el portón del El Sirenitas dudando si el color anaranjado del edificio era amarillo. A estas alturas mi mente podría estar jugándome un truco. Incluso dudaba poder distinguir entre lo anaranjado y amarillo. Volví a marcar a la amiga Ardilla y esta me dijo que no estaba, que ya iba, que esperara, que esto y lo otro y colgó. Por fortuna alguien abrió el portón y me invito a pasar. Salude a la comitiva de Ardillas y otros Roedores Inc. que parecía esperarme, intercambie miradas y balbuce mi experiencia del viaje. Poco después llego la amiga Ardilla y desparramando sonrisas me lleno de abrazos. 

Qué bueno que viniste amigo Viento—dijo. 

#ivnhesque

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