Con las nalgas hechas dos rebanadas
de Pan Bimbo deambule por la estación de autobuses tratando de minimizar los últimos
diez minutos de espera. Eran las 23:49 PM y me pareció razonable que los últimos
diez minutos transcurrieran como segundos. No contaba caer víctima de mi desesperación
así que comencé a enloquecer apenas volví a ver el reloj. Las cinco y pico
horas esperando habían ocurrido como minutos, pero los últimos diez minutos se
volvieron las diez mil putas horas.
Finalmente, porque siempre se
llega el momento exacto, aborde el autobús que no reflejaba la primera clase
que indicaba el boleto. Igual podría bajarme a reclamar, pero preferí tragarme
la indignación y continuar con mi viaje. Por fortuna había sacado mi vest por
si tenía frio, un acierto a mi tan mala racha de errores técnicos y el cual
disfrute hasta que empecé a morir de hipotermia. Resulta que el ADO Plus
contaba con un sistema de aire acondicionado de la puta madre el cual congelaba
hasta las ganas de vivir. Ni como levantarse a reclamar además seguía sintiendo
el triunfalismo de haber sacado mi vest a tiempo. No sé si caí dormido o
inconsciente de frio lo que se fue que llegamos a Playa del Carmen y lo que a
continuación sucede es prácticamente lo que hace a las Ardillas seres entrañables.
No siempre se aprenden cosas a
las 4 de la madrugada y menos fuera de una estación de autobuses y con la
mirada de cinco taxistas encima de ti. Quizá es algo que tenía aprendido pero
por culpa de mi despiste me había hecho el pendejo que no sabía. Resulta que al
llegar al final del trayecto recordé que no tenía la dirección del escondite de
la Ardilla. Construí una fábula sobre el whereabouts de la amiga Ardilla que termino
siendo una incógnita y por lo tanto un gran inconveniente para los taxistas que
esperaban con ansias saber a dónde conducirme. Lo más irónico del caso es que
la amiga Ardilla, mas victima que yo por sus despistes, solo sabía las contra
esquinas donde se encontraba su escondite. Increíblemente ignoraba completamente
el número del edificio y contestaba todas mis preguntas en relación a números en
colores --amarillo, amarillo, amarillo --era el edificio y de esta respuesta jamas la saque. Después de una extensa negociación menciono un tal restaurante llamado
El Sirenitas que estaba justo debajo del edificio donde vivía. Este último dato ayudo
al taxista a encontrar el edificio a mano derecha con su mirada. Baje del taxi
algo exasperado, liquide al buen hombre y éste cordialmente en vez de darme las
gracias me dijo en inglés “good luck”.
Mire detenidamente el portón del
El Sirenitas dudando si el color anaranjado del edificio era amarillo. A estas
alturas mi mente podría estar jugándome un truco. Incluso dudaba poder
distinguir entre lo anaranjado y amarillo. Volví a marcar a la amiga Ardilla y esta
me dijo que no estaba, que ya iba, que esperara, que esto y lo otro y colgó.
Por fortuna alguien abrió el portón y me invito a pasar. Salude a la comitiva
de Ardillas y otros Roedores Inc. que parecía esperarme, intercambie miradas y balbuce mi experiencia
del viaje. Poco después llego la amiga Ardilla y desparramando sonrisas me
lleno de abrazos.
Qué bueno que viniste amigo Viento—dijo.
#ivnhesque